domingo, 21 de octubre de 2012

El reloj parado a las siete


En una de las paredes de mi cuarto, hay colgado un hermoso reloj antiguo, que ya no funciona, sus manecillas están detenidas casi desde siempre, señalan imperturbables la misma hora, las siete en punto.
Casi siempre, el reloj es un inútil adorno, en una blanquecina y vacía pared, sin embargo, hay dos momentos durante el día,dos fugaces instantes en que el viejo reloj parece resurgir de sus cenizas, como un ave fénix, cuando todos los relojes de la cuidad en sus enloquecidos andares marcan las siete, y los "cu-cus" y los "gons" de las maquinas hacen sonar siete veces su repetido canto, el viejo reloj de mi habitación parece cobrar vida. Dos veces al día, por la mañana y por la noche, el reloj se siente en completa armonía con el resto del universo. Si alguien mirara el reloj solamente en esos dos momentos, diría que funciona a la perfección, sin embargo, pasado ese instante, cuando los demás relojes acallan su canto y las manecillas continúan su monótono camino, mi viejo reloj pierde su paso y permanece fiel a aquella hora, donde una vez detuvo su andar.
Y yo amo ese reloj, y cuanto más hablo de él más lo amo, porque cada vez siento que me parezco más a él.
También yo estoy detenida en un tiempo, también yo me siento clavada en un momento, también yo soy, de alguna manera, un adorno inútil en una pared vacía. Sin embargo, disfruto también de fugaces momentos, en que misteriosamente llega mi hora, durante ese tiempo siento que estoy viva, todo se vuelve claro y el mundo parece maravilloso, puedo crear, volar, soñar, decir y sentir más cosas en esos instantes que en el resto del tiempo.
Estas conjunciones armónicas se dan y se repiten una y otra vez, con una secuencia inexorable. La primera vez que lo sentí, traté de aferrarme a ese instante creyendo que podría hacerlo durar para siempre, pero no fue así, como a mi viejo amigo el reloj, también a mi se me escapa el tiempo de los demás.
Pasados eso momento, los demás relojes que anidan en otras personas continúan su giro, y yo vuelvo a mi rutinaria muerte estática, a mi trabajo, a mis charlas de café, a mi aburrido andar que acostumbro a llamar mi vida, pero yo sé que la vida es otra cosa, yo sé que la vida, la de verdad, es la suma de aquellos momentos, que aunque fugaces, nos  permite percibir la sintonía con el universo. Casi todo el mundo cree que vive, sólo hay momentos de plenitud, y aquellos que no lo sepan e insistan en querer vivir para siempre, quedarán condenados al mundo gris y el repetitivo andar de la cotidianidad. Por eso te amo, viejo reloj, porque somos la misma cosa, tu y yo.

miércoles, 10 de octubre de 2012

Esas estacas que nos impiden ser libres...

Cuando yo era pequeña me encantaban los circos, y lo que más me gustaba de los circos eran los animales, me llamaba especialmente la atención el elefante, que como más tarde supe era también el animal preferido por casi todos lo niños.
Durante la función la bestia hacía gala de un peso, de un tamaño y de una fuerza descomunales, pero después de la actuación y hasta poco antes de volver al escenario, el elefante siempre permanecía atado a una pequeña estaca clavada en el suelo con una cadena que aprisionaba una de sus patas, sin embargo la estaca era solo un minúsculo trozo de madera apenas enterrado a unos centímetros en el suelo, y aunque la cadena era gruesa y poderosa, me parecía obvio que un animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su fuerza podría liberarse con facilidad de la estaca, y huir.
El misterio sigue pareciéndome evidente, ¿Qué lo sujeta? ¿Porque no huye?, cuando yo tenía 5 o 6 años todavía confiaba en la sabiduría de los mayores, entonces pregunte a un maestro, a un padre, a un tio por el misterio del elefante, alguno de ellos me explicaron que el elefante no se escapaba por que estaba amaestrado, hice entonces la pregunta obvia, si está amaestrado ¿Porque la cadena?, la verdad es que no recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente.
Con el tiempo olvidé el misterios del elefante y de la estaca, y solo lo recodaba cuando me encontraba con otros que también se habían echo esa pregunta alguna vez.
Hace algunos años descubrí por suerte para mi, que alguien había sido lo suficientemente sabio, como para encontrar la respuesta. El elefante del circo no escapa porque a estado atado a una estaca parecida desde que era muy pequeño...  Cerré los ojos e imaginé al indefenso elefante recién nacido sujeto a la estaca, estoy seguro de que en aquel momento el animalito empujó, tiró y sudó tratando de soltarse, a pesar de sus esfuerzos no lo consiguió, porque aquella estaca era realmente demasiado dura para él, imaginé que el elefantito se dormía agotado, y que al día siguiente lo volvía a intentar, y al otro día, y al otro... Hasta que un día, un día terrible para su historia futura, el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino.
Ese elefante enorme y poderoso que vemos en el circo, no escapa porque cree, el pobre, que no puede, tiene grabado el recuerdo de la impotencia que sintió, realmente  poco después de nacer, y lo peor es que jamás a vuelto a cuestionar seriamente ese recuerdo, jamás, jamás intentó volver a poner a prueba su fuerza.
Y así es, todos somos un poco como el elefante del circo, vamos por el mundo atados a cientos de estacas que nos restan libertad. Vivimos pensando que no podemos hacer montones de cosas, simplemente, porque una vez, hace tiempo, cuando eramos pequeños lo intentamos y no lo conseguimos, hicimos entonces lo mismo que el elefante, grabamos en nuestra memoria este mensaje: "No puedo, NO PUEDO, y nunca podré". Hemos crecido llevando este mensaje que nos impusimos a nosotros mismos y por eso nunca, nunca volvimos a intentar liberarnos de la estaca.
Cuando a veces, sentimos los grilletes, hacemos sonar las cadenas, miramos de reojo la estaca, y pensamos: "No puedo y nunca podré"

domingo, 7 de octubre de 2012

Desahogos a solas, en silencio.

¿Cómo se desahoga alguien que no quiere que los demás sepan que le pasa? Cambias las versiones, mientes, disimulas, callas... Lo peor de todo es que sabes que si sueltas todo lo que piensas, todo lo que sientes, todo lo pasa por tu mente, vas a sentirte mucho mejor, pero al mismo tiempo prefieres callar. Callar.. Llevo tanto tiempo haciéndolo que es una costumbre, una rutina...
 Y por otro lado, ¿Para que contar lo que sientes? si al final siempre acabo con la sensación de que nadie me escucha, buscas consejos, los encuentras, y nunca es lo que esperas oir, nunca sientes ese desahogo total que esperas cuando te abres y decides contarlo... Por eso he decidido callar, no expresar las cosas tal y como las siento, ¿Para qué? si total las cosas están así, y unas sinceras palabras sacadas directamente del corazón no van a cambiar el mundo, al menos no el mio, mi mundo...
Ese Kaos absoluto, revuelto y lleno de sentimientos incomprensibles, esa caída constante, siempre al puto borde del abismo, sin nada ni nadie que te salve, pero a la vez todo se une y te anima a caer, y volver a caer..
Ese Kaos donde siempre siento la misma sensación, una rarísima sensación, pero intensa, tan intensa que te golpea el pecho como si de un mazazo se tratase. Una sensación casi imposible de explicar, no sé, es... Es como subir a oscuras las escaleras hacía tu dormitorio, y pensar que hay un peldaño más, el pie cae, y hay un horrible instante de oscura sorpresa.. Pues así, pero constante, continuamente así.
Y al final te resignas, te rindes y cedes a darte por vencido, porque aunque parezcas fuerte estás harta de luchar, de intentar. Harta de ilusiones en vano, y al final, siempre acabas por echarle una capa más a esa coraza que te estás ciñendo, esa coraza que con el tiempo se volverá indestructible, y conseguirás no volver a sufrir nunca más, aun que tampoco volverás a sentir "amor", "felicidad" y demás sentimientos casi imposibles de alcanzar, pero al fin y al cabo, ¿Que mierda importa no volver a sentir? si total, como ya e dicho antes las cosas están así, se hicieron así y, muy a mi pesar, permanecerán así... Sin remedio, sin retorno, sin una tregua que me ayude a respirar y, obligándome a seguir viviendo entre saltos y caidas, siempre al borde, siempre al filo.